viernes, 26 de agosto de 2011

La bióloga María Blasco, la 'madre' de un superratón que vive el equivalente a 120 años humanos


"Iba a misa hasta que me di cuenta de que aquello no tenía ni pies ni cabeza"

La bióloga María Blasco, la 'madre' de un superratón que vive el equivalente a 120 años humanos, dirige un centro de vanguardia contra el cáncer, el CNIO


La bióloga molecular María Blasco, en su laboratorio del CNIO. GRACIELA DEL RÍO

La bióloga molecular María Blasco, en su laboratorio del CNIO. GRACIELA DEL RÍO

Viendo a María Blasco botando al son de PJ Harvey en el último Primavera Sound, un festival de música independiente de Barcelona, y sabiendo que se marea cuando ve sangre, es difícil imaginarse a qué se dedica esta mujer nacida en Alicante en 1965.
Pero conociendo sus gustos es mucho más fácil adivinar su oficio. Uno de sus libros favoritos es Al faro, de Virginia Woolf, una reflexión sobre el paso del tiempo y la muerte. Su prenda favorita es el reloj. Su película preferida,Bailar en la oscuridad, con la cantante islandesa Björk interpretando a una mujer con una enfermedad degenerativa. Y su canción fetiche, con la que se desgañitó en el Primavera Sound, esThe Last Living Rose, de PJ Harvey. La letra: "¡Malditos europeos! Llevadme de vuelta a la hermosa Inglaterra [...] Y a la niebla rodando por detrás de las montañas. Y a los cementerios y los capitanes de barco muertos".
"Yo no sé si la inmortalidad es posible, pero estamos muy lejos"
Blasco acaba de coger las riendas de uno de los centros más prestigiosos en todo el mundo en la lucha contra el cáncer, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), en Madrid. Y su otra obsesión, además de hurgar en los entresijos moleculares del cáncer, es el envejecimiento. La inmortalidad. Su equipo creó en 2008 un superratón transgénico capaz de vivir un 40% más que la media de su especie. Como si un humano viviera sano 120 años.
"Yo no sé si la inmortalidad de un organismo es posible, pero estamos muy lejos de ello. No se ha logrado ni en gusanos", admite. Blasco acaba de fundar, con dinero del banquero Emilio Botín, la empresa Life Length, que ofrece "el cálculo de la edad biológica" de una persona. La edad de verdad, digamos. La compañía mide la longitud de los telómeros, los extremos de los cromosomas que protegen la integridad de estos libros de instrucciones para la vida que llevamos en nuestras células. Blasco siempre pone el mismo ejemplo: "Son como los remates de plástico de los cordones de los zapatos, que impiden que se deshilachen".
La longitud de los telómeros muestra el grado de envejecimiento de una persona mejor que las arrugas de la cara. El tabaquismo y la obesidad, por ejemplo, acortan los telómeros. El superratónMatusalén, gracias a unos cambios en sus genes, tenía los telómeros que daba gusto verlos. Y Botín, ¿se ha medido su edad biológica? "Él ha puesto todo el dinero, de momento, pero no sé si se ha hecho el test, porque es confidencial", responde la fundadora de LifeLength.
"Necesitamos más formas de prever el riesgo de padecer enfermedades"
"Mis telómeros van bien", dice Blasco entre risas, aunque no quiere "dar la impresión de que la edad biológica es un chascarrillo". Su objetivo es que, en el futuro, los hospitales midan los telómeros de los pacientes periódicamente, "como ocurre con el colesterol". Life Length nació en septiembre de 2010 y ya tiene una lista de espera de más de un millar de personas. "Ahora, a menudo, los médicos se ponen a curar una enfermedad cuando ya es incurable. La medicina del futuro va a ser preventiva, pero para eso necesitamos maneras de mirar por un agujerito y ver nuestro riesgo de padecer determinadas enfermedades, como ocurre al medir el colesterol o los telómeros", explica la directora del CNIO.
De niña, cuando vivía a las afueras de Alicante con su abuela, rodeada de gallinas y conejos, Blasco soñaba con ser periodista de investigación, "con ayudar a la sociedad a saber la verdad". Con "destapar el caso Gürtel, por ejemplo". Por suerte para la salud humana, finalmente escogió la biología molecular. Ya entonces hacía años que había abandonado el mundo medieval de la fe. "Iba a misa los domingos hasta que empecé a pensar sobre el tema y me di cuenta de que aquello no tenía ni pies ni cabeza", recuerda. Y, pese a las presiones familiares, pasó de la medicina: "No quería ser médico porque veo sangre y me mareo, me caigo al suelo. No puedo".

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