Casi todo el oro que la humanidad posee o está extrayendo de minas, fue traído a la Tierra por planetoides masivos que se estrellaron contra nuestro planeta al final de la formación de éste, hace unos 4.500 millones de años, según sugieren los resultados de un nuevo estudio.
Los resultados de esta nueva investigación aportan importantes evidencias de que el oro, el platino, el paladio y otros elementos siderófilos presentes en las cortezas y mantos de la Tierra, la Luna y Marte, llegaron a tales sitios gracias a la caída de objetos del tamaño de miniplanetas durante la fase final de formación planetaria de nuestro sistema solar.
Estas colisiones masivas se produjeron decenas de millones de años después del impacto aún mayor del que se originó nuestra Luna.
Lo que se sabe sobre la formación de la Tierra y otros planetas con núcleos de hierro y mantos de silicatos, sugiere que los elementos siderófilos son atraídos hacia el núcleo del planeta a medida que el astro se forma. Por lo tanto, la corteza de la Tierra debería estar desprovista de oro y otros materiales siderófilos.
El hecho de que mediante la minería podamos extraer oro y otros metales siderófilos de la corteza terrestre demuestra, como la comunidad científica sabe desde hace tiempo, que tuvo que suceder algo capaz de traer nuevas provisiones de elementos siderófilos a la corteza de la Tierra después de concluir la separación entre el núcleo metálico y el manto de silicatos. Varias explicaciones fueron propuestas, pero hasta ahora ninguna ha sido respaldada por una cantidad significativa de indicios.
En el nuevo estudio, los investigadores han llegado a la conclusión de que la explicación que mejor encaja con los indicios observados es que la población de astros en la fase final de la formación planetaria fue bombardeada por un número pequeño de proyectiles masivos.
Los resultados de la investigación sugieren que el astro de mayor tamaño que colisionó contra la Tierra tenía entre 2.400 y 3.200 kilómetros de diámetro, es decir un tamaño similar al de Plutón, mientras que los cuerpos celestes de mayor tamaño que impactaron contra la Luna tenían sólo entre 240 y 320 kilómetros de diámetro.
Estos proyectiles cósmicos fueron lo bastante grandes como para hacer la aportación observada de elementos siderófilos, pero lo suficientemente pequeños como para que sus núcleos fragmentados no llegaran a hundirse en la Tierra a gran profundidad.
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