Ha sido creado como un arma; ha embestido como la muerte…
A los Annunaki, que eran cincuenta, los ha destruido…
El Orbitador Supremo, que vuela como un ave ha sido herido en el pecho”.
Antiguo Texto Sumerio
De acuerdo a las informaciones que hemos recibido en nuestra experiencia de contacto, seres de diversas civilizaciones, y con las más variadas intenciones, se han interesado en nuestro planeta desde que la Tierra era sólo un “proyecto” en el Plan Cósmico.
Ante ello, como estrategia para protegernos de una eventual amenaza, se estableció la llamada “cuarentena planetaria” —en su primera fase, hace unos 12.000 años—, una suerte de bloqueo cósmico a otras civilizaciones que podrían llegar a nuestro planeta con propósitos bélicos o de colonización. La medida, aunque operante desde aquellos tiempos, habría sido fortalecida en una fecha tan reciente como 1945, debido a las repercusiones de la Segunda Guerra Mundial y el estallido de la bomba atómica.
La Confederación de Mundos de la Galaxia, que vigila la Tierra y otros planetas en vías de evolución, así lo consideró: al desarrollar armas de destrucción masiva, podríamos “atraer” como un imán a diversas criaturas cósmicas de similar condición vibratoria. Alguien tenía que protegernos.
Pero ese “interés” en la Tierra no era gratuito. Aquellas guerras son tan antiguas como nuestra propia historia…
La Guerra de los Dioses
Uno de los manuscritos más largos y completos, perteneciente al extraordinario hallazgo del Mar Muerto en 1947, habla de una guerra entre “Los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas”. Lo intrigante es que el manuscrito no sólo anticipa una guerra de humanos —y que a la luz del panorama mundial actual no resulta del todo descabellada—, sino que seres divinos se involucrarán en un enfrentamiento contra la mismísima oscuridad:
“Los Hijos de la Luz lucharán contra los Hijos de las Tinieblas con una demostración de poderío divino, en medio de un estrepitoso tumulto, en medio de los gritos de dioses y hombres”.
Según el Mahabharata, un texto antiguo de la India, hubo una feroz batalla en el cielo. El vencedor fue el poderoso Indra, que combatió desde su vehículo aéreo a los asuras, que se ocultaban en sus “nubes fortalezas”. Los himnos del Rig Veda describen así a la “deidad”:
A los Annunaki, que eran cincuenta, los ha destruido…
El Orbitador Supremo, que vuela como un ave ha sido herido en el pecho”.
Antiguo Texto Sumerio
De acuerdo a las informaciones que hemos recibido en nuestra experiencia de contacto, seres de diversas civilizaciones, y con las más variadas intenciones, se han interesado en nuestro planeta desde que la Tierra era sólo un “proyecto” en el Plan Cósmico.
Ante ello, como estrategia para protegernos de una eventual amenaza, se estableció la llamada “cuarentena planetaria” —en su primera fase, hace unos 12.000 años—, una suerte de bloqueo cósmico a otras civilizaciones que podrían llegar a nuestro planeta con propósitos bélicos o de colonización. La medida, aunque operante desde aquellos tiempos, habría sido fortalecida en una fecha tan reciente como 1945, debido a las repercusiones de la Segunda Guerra Mundial y el estallido de la bomba atómica.
La Confederación de Mundos de la Galaxia, que vigila la Tierra y otros planetas en vías de evolución, así lo consideró: al desarrollar armas de destrucción masiva, podríamos “atraer” como un imán a diversas criaturas cósmicas de similar condición vibratoria. Alguien tenía que protegernos.
Pero ese “interés” en la Tierra no era gratuito. Aquellas guerras son tan antiguas como nuestra propia historia…
La Guerra de los Dioses
Uno de los manuscritos más largos y completos, perteneciente al extraordinario hallazgo del Mar Muerto en 1947, habla de una guerra entre “Los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas”. Lo intrigante es que el manuscrito no sólo anticipa una guerra de humanos —y que a la luz del panorama mundial actual no resulta del todo descabellada—, sino que seres divinos se involucrarán en un enfrentamiento contra la mismísima oscuridad:
“Los Hijos de la Luz lucharán contra los Hijos de las Tinieblas con una demostración de poderío divino, en medio de un estrepitoso tumulto, en medio de los gritos de dioses y hombres”.
Según el Mahabharata, un texto antiguo de la India, hubo una feroz batalla en el cielo. El vencedor fue el poderoso Indra, que combatió desde su vehículo aéreo a los asuras, que se ocultaban en sus “nubes fortalezas”. Los himnos del Rig Veda describen así a la “deidad”:
“Tú avanzas de combate en combate intrépidamente, destruyendo castillo tras castillo con tu fuerza. Tú Indra, con tu amigo, que hace que el enemigo se doblegue, redujiste desde lejos al astuto Namuchi.
Tú que diste muerte a Naranja, Parnaya… Tú que has destruido las cien ciudades de Vangrida.
Las crestas del noble cielo sacudiste cuando tú, atrevido, por ti mismo heriste a Sambara”
Por otra parte, en los archivos reales de la cultura hitita, se habla del dios Teshub —“Divino Tormentador”—, y de sus pretensiones por controlar las regiones superiores de la Tierra; se menciona además las batallas que el dios Kumarbi había lanzado contra él y contra sus descendientes. Al igual que el relato que ofrecen otras culturas del mundo, el vengador Kumarbi se apoya en otros “dioses” aliados para dar la batalla final.
El hilo conductor está en que los hititas, aunque pronunciaban los nombres de sus deidades en su propia lengua, los escribían utilizando la escritura sumeria… Para pensar un poco más, el término “divino” que empleaban, “DIN.GIR”, es sumerio, y significa: “Los Justos de las Naves Voladoras”.
Pero no todos fueron tan “justos”.
Todas las referencias que disponemos, ya sean largos relatos épicos o proverbios de dos líneas, señalan a los dioses en medio de terribles batallas estelares. La epopeya hitita, con claras connotaciones sumerias, recuerda también el relato sánscrito de la batalla final entre Indra y el “demonio” Vritra:
“Y entonces se pudo contemplar una terrorífica visión, cuando dios y demonio entablaron combate. Vritra disparó sus agudos proyectiles, sus incandescentes rayos y relámpagos…
Después, los relámpagos se pusieron a centellear, los estremecedores rayos a restallar, lanzados orgullosamente por Indra…
Y de pronto el toque de difuntos de la perdición de Vritra estuvo sonando con los chasquidos y estampidos de la lluvia de hierro de Indra; perforado, clavado, aplastado, con un horrible alarido el agonizante demonio cayó de cabeza…
E Indra le dio muerte con un rayo entre los hombros…”
Los textos antiguos de la India están llenos de estas desconcertantes referencias a batallas en el cielo y vehículos voladores.
Volviendo al Mahabharata —palabra sánscrito que no en vano significa “gran guerra”— se puede leer que Maia, otra curiosa “deidad” hindú, construyó un gran habitáculo de metal, que fue trasladado al cielo… Cada una de las divinidades, como Indra, Yama, Varuna, Kuvera y Brama, disponía de uno de estos aparatos metálicos y voladores llamados “vimanas”. Estos vehículos cósmicos tenían la forma de una esfera, y navegaban por los cielos por el efecto del mercurio que provocaba un gran viento propulsor. Los hombres alojados al interior de las vimanas podían recorrer grandes distancias en un instante.
Otra referencia intrigante la aporta Narada —el gran sabio de la antigua tradición— quien menciona a una “ciudad volante” perteneciente a Indra, “estacionada” interrumpidamente en el cielo; por si ello fuera poco, ese portento estaba rodeado de una “pared” blanca, que producía destellos de luz en el firmamento. Sin comentarios.
En el Ramayana, otra antigua obra hindú, también se habla de esos misteriosos objetos volantes. Según se dice, las personas que se montaban en aquellos vehículos divinos podían viajar hacia los cielos y dirigirse inclusive a las estrellas y a mundos lejanos, para luego retornar a la Tierra.
Esta y otras epopeyas hindúes, describen batallas aéreas con “misiles” semejantes al rayo, capaces de destruir los sembrados y convertirlos en tierra yerma. Una de tales armas, desprendía “un humo más brillante que diez mil soles”. La desaparición de la ciudad de Mohenjo-Daro en la India, hace unos 3.500 años, podría estar relacionada con estos relatos. Según hoy sabemos, sobre esa ciudad se produjo un resplandor deslumbrante, una gigantesca explosión con una luz totalmente cegadora y que hizo hervir los mares cercanos a este enclave costero.
Si el lector aún se tambalea en la duda ante aquel cinematográfico efecto destructivo de las vimanas, echemos un vistazo al siguiente párrafo del “Bhisma Parva”:
“Es un rayo desconocido, gigantesco, mensajero de la muerte que redujo a cenizas a los Vrishnis y a los Andhakas. Los cadáveres quemados no eran reconocibles. A los muertos se les caía el cabello y las uñas… Cukra, volando en una vimana de gran poder, lanzó sobre la triple ciudad un objeto único cargado con la fuerza del Universo. Una humareda incandescente, parecida a diez mil soles, se elevó esplendoroso. Cuando la vimana descendió del cielo, se vio como un reluciente bloque de metal posado en el suelo”.
Aquellas “guerras del cielo”, también son mencionadas en el Apocalipsis de San Juan (Capítulo XII), donde Miguel y sus ángeles se enfrentan al Dragón. Por otra parte, la mitología griega menciona la sublevación de los dioses ante la suprema divinidad: Zeus. Resultado de ello fue una verdadera batalla que tuvo como escenario las blancas paredes del Olimpo. Además, las culturas americanas también hablan de una guerra en los cielos que ocurrió “antes del diluvio”. ¿Acaso la guerra de los dioses provocó la legendaria “inundación” del planeta? ¿Con ello no nos estaremos acercando a la historia de la Atlántida?
Como fuere, hubo un “nuevo comienzo” en el mundo luego de una catástrofe de proporciones inimaginables. El tiempo y las leyendas han ocultado el misterio. Un misterio que señala un comportamiento bélico y destructivo de los dioses o, para llamar las cosas por su nombre, de los seres extraterrestres que visitaban en aquellos tiempos nuestro planeta.
Pienso que aquellas contiendas estelares no encuentran una explicación satisfactoria únicamente en la cuarentena de protección planetaria. La sensación que dejan los relatos antiguos es que aquellos seres, los “dioses”, se “conocían”, y que se habían jurado batalla en la Tierra. Por alguna razón —estimo poderosa— quienes estaban en nuestro mundo cumpliendo una misión, se separaron tomando rumbos y posturas distintas. Y de un conflicto de ideas se desencadenó el accionar bélico.
¿Fuimos nosotros la causa?
Los deportados de Orión
Las siguientes líneas, aunque difíciles de digerir, son indispensables para comprender por qué se habría desencadenado la “guerra de los dioses”.
Una de las civilizaciones extraterrestres más poderosas se encuentra diseminada en lo que llamamos Orión, la constelación del “cazador” en la mitología griega. De acuerdo a nuestra experiencia de contacto, en Orión se produjo una batalla estelar encabezada por un ser denominado Satanael. Aquella entidad, cuyo nombre se asemeja sospechosamente al “Satán” bíblico —nombre hebreo que significa “el adversario”—, dirigió una rebelión que propugnaba un cambio en la dinámica del Plan Cósmico……….
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