Las infranqueables montañas de Afganistán dieron cobijo durante milenios a uno de los tesoros más espectaculares y esquivos de la antigüedad, el oro bactriano de Alejando Magno. Codiciado desde tiempos pretéritos, dicen que una terrible maldición lo acompaña, clamando venganza desde su guarida y sembrando la desolación y la muerte entre todos aquellos que han osado tocarlo.
Abel Romero
Afganistán, hoy, uno de los lugares más conflictivos y temibles del planeta, punto de encuentro de fuerzas militares armadas hasta los dientes, que luchan en una guerra sin cuartel contra el terrorismo talibán y por los codiciados recursos naturales -de gran riqueza- que se ocultan bajo sus montañas infranqueables, en el interior de sus cuevas secretas, disimulados durante siglos entre los ocres colores de su orografía pétrea, aparentemente estéril.
Antaño, una tierra conocida como Ariana, perteneciente al Imperio Aqueménida, tierra prometida de tribus milenarias que, ya entonces, desafiaban con sus rudimentarios artilugios de guerra al magnánimo y belicoso imperio persa. Lugar de paso obligado entre Europa y Asia en la denominada Ruta de la Seda, durante siglos el territorio que hoy comprende Afganistán fue una amalgama de culturas y etnias, un núcleo cosmopolita en el que se perdían buscavidas y aventureros, señores de la guerra y comerciantes, reyes y príncipes de Oriente, bandidos y cazatesoros…
En el siglo XX sería uno de los principales enclaves estratégicos del planeta, pero Afganistán también atrajo poderosamente la atención de grandes imperios de la antigüedad, de egregios mandatarios, militares y gobernantes, como Alejandro Magno, que en sus extensas y áridas tierras, antes de morir dejando para la historia más misterios que certezas, en la zona conocida como Bactria, buscó uno de los tesoros más esquivos y quizá poderosos del pasado. Los ecos de aquellas riquezas deslumbrantes aún resuenan entre arqueólogos y aventureros, y la historia del llamado oro “maldito” de Afganistán, el tesoro bactriano del líder macedonio -quien no fue su artífice pero le dio nombre para la posteridad-, sigue desconcertando a eruditos y curiosos, y haciendo soñar a aventureros de pro que afirman que aún queda mucho por descubrir más allá de los montañosos bastiones afganos. La leyenda, en este caso, y como siempre sucede con los grandes tesoros, las perdidas ciudades, los emblemáticos objetos de poder, da la mano a la realidad, confundiéndola, y acercándonos una historia tan esquiva como fascinante, de espías y reyes, de filántropos y exploradores, y de oro, claro, siempre oro. que mueve más montañas que la fe.
Tras la pista de un misterio perdido
Esta historia comienza en un café del Londres Victoriano, una noche de febrero de 1867 Como cada año, un grupo de numismáticos se reúne para pasar una velada entre amigos, fumando exquisitos cigarros y bebiendo los mejores licores, en un tiempo en el que el absenta y el opio no podían faltar en los clubes privados y en las reuniones más selectas de las grandes capitales europeas.
Uno de los invitados relató una curiosa historia. Al parecer, esa misma mañana un mendigo le había abordado ofreciéndole una extraña moneda de oro puro, de increíbles dimensiones, perteneciente a un espectacular tesoro perdido hacía siglos. El numismático decidió acompañar al indigente al lugar cochambroso que le hacía de hogar: de una saca, extrajo efectivamente una reluciente moneda, de seis centímetros de diámetro y unos 160 gramos de peso. Experto en utilizar el monóculo para analizar los sellos, el francés pronto corroboró que no se trataba de una falsificación, sino de una pieza auténtica acuñada hacía más de dos mil años, concretamente por Eucrátides, rey de Pakistán y la mítica tierra de Bactria, en un territorio que hoy comprende el norte de Afganistán, el surde Uzbekistán yTayikistán, conocido como la tierra de “las mil ciudades”. Durante su mandato se forjó el conocido como oro bactriano, que daría lugar a uno de los más codiciados tesoros de la antigüedad.
Cuentan las crónicas que el mismo Alejandro Magno anheló conseguir aquel tesoro -uno anterior al de Eucrátides, en todo caso- y en su conquista de Bactria lo buscó desesperadamente. No contaba el caudillo macedonio con un incómodo personaje que haría frente en aquella tierra prometida a sus sueños de conquista. Bessos, un caudillo sátrapa, organizó a las tribus nómadas para que se enfrentaran a éste, tras la caída de Daño, proclamándose nada menos que rey con el nombre de Artajerjes V. El Magno, que no podía tolerar tamaña afrenta, se topó con las mismas dificultades que todavía en la actualidad enturbian la labor de las tropas extranjeras en la zona: lo inhóspito de su orografía y de su clima. Bessos, sin embargo, sena traicionado por dos cortesanos, Espitamenes y Datames, quienes lo entregaron al general Ptolomeo, hombre de absoluta confianza de Alejandro y su futuro biógrafo. El macedonio sentenció a Bessos, como regicida -fue el causante de la muerte de Daño-, a una de las peores penas posibles: tras cortarle la nariz y las orejas, le causarían la muerte por desmembramiento. Cuenta la leyenda que en el momento de morir, la sangre derramada de Bessos maldijo a aquellos que quisieran conquistar dichas tierras o anhelaran hacerse con el codiciado oro bactriano. Desde entonces, Afganistán fue una tierra maldita…
Volviendo a nuestra historia inicial, el numismático galo compró la moneda a su misterioso poseedor por 1.000 libras, no sin antes preguntarle dónde la había hallado. El mendigo le dijo que aquella moneda la había descubierto semienterrada un grupo de siete amigos en la provincia afgana antiguamente conocida como Bactriana. La supuesta maldición que pesaba sobre el tesoro, quizá, provocó que aquellos buscavidas se mataran entre ellos por poseerla; los dos que quedaron decidieron sortear quién sería el afortunado que la llevaría a Europa para venderla al mejor postor. El resto de la historia ya la conoce el lector.
Sin embargo, quedaban muchos interrogantes en torno a aquella moneda con la efigie de Eucrátides, que vivió siglo y medio después de Alejandro. ¿Dónde estaba el resto del tesoro que cautivó a Alejandro y a sus generales? ¿Era real la maldición que se gestó en torno a su búsqueda?
En la actualidad, una muestra itinerante de parte de ese tesoro recorre el mundo. Sin embargo, debido a la difícil situación política del país, no han sido pocos los contratiempos que han sufrido las piezas. Intentemos seguirles la pista…
Piezas de incalculable valor
Durante años el fabuloso tesoro fue guardado en una cámara acorazada en el tercer sótano del palacio presidencial de Kabul, en un espacio abovedado protegido por varias rejas de hierro y puertas de acero. Se cobijaba en seis grandes cajas fuertes de acero, 20.600 piezas de oro cuya protección fue encomendada a la citada “Hermandad de las Siete Llaves” Oro. plata, marfil, piedras preciosas, estatuillas, dagas, ornamentos funerarios… el tesoro bactriano es sin duda una de las grandes joyas arqueológicas de la antigüedad. En la muestra “Afganistán, tesoros escondidos”, se exhibían además de las célebres monedas con la efigie de Eucrátides, rostros de rasgos helénicos en escayola, tres figuras de marfil que representan a Ganges (Ganga), la diosa hindú de los ríos -esposa de Visnú-, una daga de oro cuya empuñadura está rematada con un oso siberiano, una corona de oro y turquesas, y así un largo etcétera: columnas y esculturas que formaron parte de un teatro y un gimnasio de estilo griego en Alejandría de Oxiana (Bactria)… En definitiva, uno de los grandes legados de la antigüedad a la vista de todos.
Extrañas muertes
El tesoro bactriano está compuesto de 20.800 piezas de otro, entre monedas, collares, pendientes, coronas, un prodigio de orfebrería y amalgama de diferentes culturas que pasaron por la zona. La moneda que supuestamente encontraron aquellos siete cazatesoros, un episodio con muchos visos de ser más ficticio que real, no fue la primera descubierta. En el siglo XVIII, al parecer el conde Jacop Bruce, que trabajaba al servicio del zar Pedro el Grande, tuvo conocimiento del hallazgo de una enorme moneda de plata por unos obreros. Bruce se puso en contacto con uno de los más brillantes eruditos rusos, Theophilus Siegfried Bayer, entonces presidente de antigüedades griegas y romanas de la Academia Imperial de San Petersburgo.
Bruce le habló de aquella extraña moneda, pero no pasan’a demasiado tiempo hasta que el conde muriera de forma fulminante y en medio de extrañas circunstancias. El rumor de una maldición vinculada al oro comenzaba a circular. La moneda pasó entonces a formar parte de las colecciones de la Academia y Bayer, inquieto sobre su origen, siguió la pista del rey Eucrátides, del que no se tenían demasiados datos. Lo que cabria esperar en una historia de tesoros malditos pasó, y apenas tres años después de recibir la moneda, Siegfried Bayer mona como su colega, de forma repentina y bastante joven.
Por aquel entonces la casi desconocida cultura bactriana estaba despertando la inquietud del mundo científico en toda Europa, en unos tiempos en los que comenzaban a realizarse las primeras expediciones científicas a lugares remotos. En Francia, Joseph Pellerin escribió sobre la supuesta existencia de una segunda moneda con la efigie de Eucrátides, aunque es muy posible que fuera falsa. La cultura bactriana desapareció alrededor del año 135 a.C., al no resistir la presión de las tribus kushanas del norte, perdiéndose todo vestigio griego en torno al año 241 de nuestra era, cuando el reino conocido como Kushan fue arrasado por otros bárbaros del norte. Sin embargo, el oro afgano seguía oculto a ojos de los profanos, cubierto por las cenizas de guerras centenarias, y más hubiera valido que siguiera durmiendo el sueño de los siglos…
El territorio afgano fue objeto de la agresiva política colonialista desde el siglo XVIII. El explorador británico William Moorcroft, uno de los primeros europeos en viajar al Tíbet, que trabajaba para la Easí Indian Company y en ocasiones hacía sus pinitos como espía para el Foreign Office,también recorrió zonas de Afganistán, recogiendo monedas antiguas que bien pudieron pertenecer al esquivo tesoro. Su labor allí fue muy importante, pues recopiló abundantes datos sobre Asia Central y recónditos lugares que eran absolutamente desconocidos para los europeos del siglo XIX. Como no podía ser de otra manera, también la supuesta maldición se cebó con él. Cuando se encontraba en Andkhoy, al norte de Afganistán, en 1825, fue atacado por una extraña fiebre, muriendo poco después. No obstante, según el misionero y aventurero francés Abbé Huc, Moorcroft no murió, sino que se dirigió a la ciudad sagrada de Lhasa en 1826, viviendo allí otros doce años, hasta que fue finalmente asesinado en su regreso a la India, en 1838.
Tras la pista de su extraña desaparición fue, con obstinada entrega, el explorador británico AlexanderBurnes”Bukhara”, otro fascinante personaje a medio camino entre el bohemio, el aventurero y el hombre de ciencia; aunque no descubrió nada acerca de su muerte, sus hallazgos arqueológicos le harían célebre. Entre otros objetos, descubrió monedas y artilugios de origen griego, pertenecientes a la época de Alejandro Magno, que añadieron aún más misterios a la trama.
El tesoro bactriano parecía estar más cerca de refulgirá la luz del sol afgano, deslumhrando a sus descubridores. Pero aún quedaba un largo camino por recorrer. Seguía mostrándose esquivo, tanto o más que algunas de las más importantes reliquias de la antigüedad, un Dorado a pequeña escala que parecía casi tan legendario como la ciudad perdida de la selva amazónica. Pero era absolutamente real.
Alexander Burnes cometió un error imperdonable: no tuvo en cuenta la “maldición” que se cernía sobre el oro. Los colonos británicos comenzaron a ser vistos con animadversión por los afganos, tensión que llevaría a la Primera Guerra Afgana. Morirían más de 3.800 ingleses, pero ninguno tendría un final tan horrible como el que sufrieron Burnes y su hermano en 1841, durante una insurrección en Kabul. Una muchedumbre enfervorecida asaltó su vivienda y acabó con sus vidas, descuartizándolos. Nadie podía estar tranquilo en aquella tierra milenaria…
Después, serían los numismáticos londinenses quienes despertarían entre los arqueólogos nuevas preguntas en torno al tesoro. Las primeras excavaciones en Afganistán, en la zona de las “mil ciudades” bactrianas, las llevaría a cabo el investigador francés Alfred Foucher, siguiendo la pista del imperio de Alejandro Magno en Asia, aunque sería unos años después cuando por accidente un grupo de soldados fronterizos descubrió al norte del país una colección de monedas de plata escondida por los habitantes griegos de Bactria, probablemente en su precipitada huida de la zona. De nuevo, sería la casualidad la protagonista indiscutible.
…Y en tiempos modernos
Fuera como fuese, lo cierto es que la historia, que poseía los mejores ingredientes para crear una novela apasionante: exploradores, espías, tesoros malditos, asesinatos… llamó poderosamente la atención de los arqueólogos modernos. Y no era para menos. Hasta bien entrado el siglo XX, el oro se mostró más que esquivo. Entonces una historia que se perdía entre la bruma de la leyenda y los zarpazos desasosegantes de la realidad, dio un giro cuando el que acabaría siendo el último rey de Afganistán, Mohammed Zhair Shah, durante una cacería, descubrió por casualidad junto a sus hombres una extraña construcción, enorme, que se encontraba semienterrada por la arena. Fue el primer indicio de que la ciudad legendaria de Ai-Janum, o Alejandría de Oxiana -nombre que le dio Ptolomeo-, probablemente fundada por Alejandro Magno durante su marcha hacia el Indo -y que sería destruida tras la muerte de Eucrátides I, durmiendo a partir de entonces el sueño del olvido-, existía realmente.
Cuando Zhair Sha informó a un grupo de arqueólogos franceses de que había encontrado aquellas extrañas estructuras, puso a los expertos sobre la verdadera pista del tesoro.Tampoco a Sha le iría demasiado bien; en 1973, mientras se hallaba en Italia para recuperarse de una dolencia, Mohammed Daud dio un golpe de Estado y proclamó la república en Afganistán. Nunca volvería a ser rey de aquella tierra, una tierra a partir de entonces bañada en sangre por luchas intestinas y diversos conflictos de cariz internacional. Parecía, sin duda, que la maldición del tesoro bactriano se cebaba con todos aquellos que codiciaban las riquezas afganas. Sin embargo, el descubrimiento casual del monarca significó un paso decisivo para acercarse al tesoro milenario. Desde finales de la década de los sesenta se organizaron distintas excavaciones, comandadas por arqueólogos afganos y soviéticos, en las ruinas de Yemshi-Tepe, al norte de Afganistán. Allí se encontraba el conocido como “Montículo de oro” o Tillya Tepe, que llevaba décadas despertando la curiosidad de los investigadores. El responsable de las excavaciones sería el investigador ruso Viktor Ivanovich Sarianidi, quien durante los años 70 sacaría a la luz, junto a su equipo, numerosas estructuras monumentales en diferentes emplazamientos, como Delbarjin, el oasis Dashlyjoholok 21, Sapelli o Djarkutan. No obstante, en plena Guerra Fría, aquellos lugares, bajo dominio soviético, fueron fortificados y protegidos tras impresionantes puertas, y prácticamente no se sabría de su existencia hasta la caída de la URSS. Gracias a Sarianidi se descubrió la antigua cultura de Bactria, que sería la artífice del anhelado y “maldito” tesoro afgano. El gran hallazgo tuvo lugar en otoño de 1978, cuando los trabajos estaban a punto de ser cancelados debido a la inestable situación del país. Sarianidi decidió que debían excavar sin tiempo que perder en el “Montículo de oro”, un lugar de difícil acceso, alejado del resto de yacimientos; tenía un presentimiento… y acertó. Parecía como si el tiempo se hubiese confabulado contra ellos, una feroz tormenta asoló durante tres días el enclave, mientras ya no quedaba demasiado tiempo: en todo el país estallaban revueltas. La maldición seguía su curso… hasta que por fin uno de los operarios descubrió un trozo de metal brillante que resultó ser una moneda de oro puro. El tesoro bactriano estaba a punto de ser descubierto.
Tras la primera sorpresa, los arqueólogos descubrieron una cámara sepulcral. Tras excavar durante horas dieron con una tumba que contenía los restos de una mujer, cubierta de la cabeza a los pies por piezas de orojoyas… El equipo continuó los trabajos en los alrededores y descubrió cuatro cámaras más. No daban crédito a lo que veían sus ojos. Los cuerpos pertenecían a jóvenes príncipes de la nobleza Kushan que se habían apropiado del oro de los griegos de Bactria y que reinarían en la zona desde el siglo I a.C. hasta el III de nuestra era. Al parecer, habían muerto muy jóvenes, y tanto el equipo comandado porSarianidi como los lugareños creían que podían haber sido también víctimas de la maldición. Sus saqueadores y más tarde guardianes, por tanto, pudieron ser los primeros que murieron a causa del grito sangriento de Bessos cuando era desmembrado por las tropas de Alejandro.
Pero de nuevo la adversidad se cebó con los arqueólogos: cuando estaban a punto de sacara la luz una sexta cámara, la guerra civil estalló. El tesoro volvía a clamar contra aquellos que osaran poner sus manos sobre él. Mientras los muyahidines se preparaban para una guerra que intermitentemente duraría hasta la actualidad, los soviéticos invadían el país, convirtiéndolo en una república satélite de la Unión Soviética. El oro y las joyas descubiertas corrían peligro, como peligro corrieron todos aquellos que siguieron su pista durante décadas. Sarianidl sabía que era necesario ponerlas a salvo. Tras llenar seis cajas hasta los topes con estatuillas, monedas, joyas y otros artilugios ricamente labrados, el entonces gobernador de la región recomendó al soviético que trasladara las piezas al museo arqueológico de Kabul, y cuando estaba a punto de coger un avión que lo llevara a la capital, miembros de su equipo le comunicaron que había sido hallada una séptima cámara.Ya era demasiado tarde. Grupos de muyahidines en busca de soviéticos se encontraban en la zona y era necesario huir con las piezas. Sarianidi, el visionario artífice del descubrimiento, nunca regresan’a al lugar que le permitió formar parte de la historia.
La hermandad secreta
El fabuloso tesoro llegó al museo de Kabul y una comisión de expertos fue designada para clasificarlo y protegerlo. Las riquezas allí contenidas deslumhraron a los miembros del museo, que afirmaron que nada tenía que envidiar al descubierto por Howard Cárter en 1922, el deTutankamón, sobre el que también planeaba la sombra de la maldición. De haber tenido la posibilidad de continuar con las excavaciones, casi con seguridad Sarianidi habría dado con uno de los mayores tesoros de la antigüedad, pues desde que abandonó el enclave se produjeron expolios de todo tipo.
Dejar que tal cantidad de oro permaneciera en el museo de un país sometido a la violencia constante era un riesgo que las autoridades no podían permitir.Afganistán sena a partir de entonces un polvorín, un río de sangre que fluiría caudaloso hasta nuestros días. Los muyaidines darían paso a otros más sanguinarios, los talibanes. En un lugar como aquel, el tesoro corría más peligro que en ninguna otra parte del planeta, así que el ex presidente afgano, Mohamed Najibullah, creó la conocida como “Hermandad de las Siete Llaves”: siete destacadas personalidades del país diseminadas por todo el mundo serían las encargas de salvaguardar las llaves con las que se podría, una vez juntas, abrir la caja fuerte que daba cobijo al tesoro bactriano. A partir de ese momento el secretismo sería la norma de este grupo clandestino; poner a salvo el tesoro, su misión principal.
Los temibles talibanes se habían hecho dueños y señores de un país asolado por la guerra. Como si la maldición siguiera rugiendo al igual que lo hiciera en tiempos pretéritos contra los guardianes Kushan del tesoro, Najibullah fue sacado del recinto de la ONU en Kabul, donde llevaba cuatro años retenido, por la milicia talibán. Fue asesinado de manera brutal junto a su hermano Shahpur y sus cuerpos expuestos en un poste de luz de la Plaza Anana, cerca del Palacio Presidencial que un día fuera su casa -y en cuya cámara de seguridad se guardara parte del tesoro hasta 1988-, a la vista de todos como escarnio público. Aunque la supuesta maldición del tesoro sólo formara parte de la superstición y la leyenda, lo cierto es que todos y cada uno de aquellos que lo buscaron y lo protegieron, todos los que se hicieron con alguna de sus piezas, desaparecieron en extrañas circunstancias o sufrieron una muerte atroz. Najibullah murió de una manera muy parecida a como lo había hecho el caudillo Bessos dos milenios atrás; después, tras la caída de las torres gemelas neoyorquinas el 11 de septiembre de 2001, una fecha marcada con sangre en la mente de todos, comenzó la “Guerra contra el terror”. El territorio afgano, una vez más, sería el escenario de guerras fratricidas, atentados e intereses creados de todo tipo.
En 2008 algunas de las piezas más espectaculares del tesoro bactriano -ver recuadro- se expusieron por todo Estados Unidos, causando el asombro de aquellos que pudieron contemplarlo frente a frente. Entonces la “maldición” parecía haber desaparecido, dejando un reguero de muerte y desolación a su paso. Uno de los comisarios de la exposición, llamada “Afganistán:Tesoros Escondidos”, fue Ornara Khan Massoudi, actual director del Museo Nacional de Kabul, casi con seguridad uno de los misteriosos hombres pertenecientes a la “Hermandad de las Siete Llaves” que arriesgaron su vida para salvaguardar las valiosas piezas. El oro afgano, por fin, después de mil y una adversidades, podía ser contemplado por millones de personas sin sufrir daño alguno. Un tesoro deslumbrante, casi de cuento de hadas, que había permanecido escondido a los ojos del mundo durante demasiado tiempo. El nombre de aquellos que lo protegieron seguirá unido a él para siempre; gracias a ellos, no desapareció, como aquellos dos budas gigantes de Bamiyan, que fueron volados por los talibanes en 2001. Sólo hay una cosa peor que una maldición milenaria, el afán destructor del hombre y su furia, siempre inexplicable, para con el legado artístico y vital de sus enemigos.
http://ccoo-chilecomparte.blogspot.com/2012/02/la-maldicion-del-oro-perdido.html
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