Último día del año fiscal, 31 de Diciembre, cuando la mayoría de nosotros los occidentales nos disponemos de una u otra manera a hacer una especie de reflexión sobre lo que hicimos en el año que culmina y lo que debemos hacer en el año que se aproxima. Normalmente esta reflexión la haciamos en un ambiente de celebraciones y alegrías en familia y hasta reunidos con amigos. Reconozco que los tiempos o las circunstancias de esas celebraciones de fin de año han cambiado; lo que no sé por cierto si es para bien o para mal. Si tuviera irremediablemente que decidir entre una de las dos respuestas, contestaria que para bien. Sólo podemos saber que algo es bueno para nosotros, cuando conocemos su antítesis, es decir lo contrario, lo que para nosotros no es agradable o conveniente, es decir lo malo. Así que desde esta óptica el ser humano se enfrentará siempre a situaciones buenas y malas: por supuesto que lo bueno y lo malo es relativo a cada quien. Ahora bien, soy de la filosofía de pensar que todo lo malo ya pasó y que ahora obtendremos el equilibrio con todo lo bueno por venir. Para mi algo bueno es haberme liberado de dogmas, falsas doctrinas, falsos dioses y miedos sembrados al ser humano por una sociedad esclava de si misma. Haberme liberado de todas esas cadenas me ha permitido disfrutar más de la vida, de la naturaleza, de las pequeñas pero significantes señales de la creación que recrean mis ojos día tras día. Deseo que así suceda con la humanidad, que puedan vivir la vida a plenitud, que se desenvuelvan por el mundo físico y espiritual como si fuesen los reyes de la creación. A todo eso tenemos derecho. La creación, el creador, o Dios como así queremos o deseamos conocerlo, seguro que así lo desea, porque así desea cualquier padre que sus hijos disfruten de plena libertad para desempeñarse en este rato que pasamos por la tierra. Olvidense de pecados originales, de restricciones, de limitaciones, de dependencias, de castigos y de todas esas necedades. Estoy seguro que si aplicamos una sòla regla de vida será suficiente para convivir en paz y ser felices en este hermoso planeta: No hagas a otro lo que no quieres te hagan a tí. Al respecto, de como liberarnos de las cadenas, escogí el día de hoy presentarles una entrevista realizada a Salvador Freixedo y la publicación de la conclusión de su libro El Cristianismo un Mito Más, como la opinion de un hombre que por sus experiencias personales y la profundidad de sus investigaciones y estudios académicos lo convierten en una persona con autoridad moral para dirigirse a los seres humanos de la forma en la cual lo hace. Freixedo, escribió también el libro que les presenté en la entrega anterior, Defendamonos de los Dioses. Disfruten de la lectura, y reciban de mi parte un deseo profundo para que mañana, en el amanecer de ese día que inicia el nuevo año occidental, despertemos libre de todas las cadenas. Feliz año nuevo | |
Entrevista a Salvador Freixedo: El Jesuita rebelde. Por Manuel Carballal el Viernes 25 de Enero de 2008 a las 20:39 El próximo 23 de abril, Salvador Freixedo cumplirá 80 años. Nacido en la población orensana de Carballo, a los 5 años su familia se instala en la capital de la provincia donde comienza sus estudios, siempre rodeado de un ambiente religioso. Párvulos, en la Monjas de San Vicente Paúl y Bachillerato en el Instituto Otero Pedrayo . A los 16 años ingresa en la orden jesuita. Estudia Humanidades en la Universidad de Salamanca, Filosofía en la Universidad de Comillas, Teología en San Francisco, Ascética en Canadá y Psicología en las universidades de Los Ángeles y Nueva York. En 1953 se ordena sacerdote en Santander y entonces comienza su trayectoria evangélica, ejerciendo el ministerio en diferentes países, lo que ha llevado a Salvador Freixedo a vivir en 12 naciones distintas. En Cuba descubrió el cristianismo de clases, al concienciarse de que la orden jesuita tan sólo aceptaba alumnos de la elite social, mientras el pueblo llano sufría mil privaciones. Esto le llevó a escribir su primer libro 40 casos de Justicia Social. Examen de conciencia para cristianos distraídos. A causa de ese libro el dictador Fulgencio Batista invitó a Freixedo a salir del país. De Cuba viaja a Puerto Rico, donde funda la casa de la Juventud Obrera Católica, que construye con sus propias manos. Allí escribe su libro más polémico: Mi Iglesia duerme, que desata el escándalo. Mientras en España los censores de Manuel Fraga, entonces Ministro de Información y Turismo, prohíben el libro. En Norteamérica y Sudamérica se desata una gran controversia. El libro se convirtió en best-seller en muchos países, catapultando a Salvador Freixedo a las primeras páginas de todos los periódicos, y haciendo que llegase a editarse un LP y un single donde aparecía el sacerdote leyendo párrafos de su libro. Tras el imparable escándalo de este libro, Salvador Freixedo decide dejar la orden de los Jesuitas y su vida como sacerdote, para concentrarse en la investigación de los milagros, los ovnis y los fenómenos paranormales. Encuentro con un pensador del misterio. Manuel Carballal . - Salvador a veces te acusan de ser poco preciso con los datos, las fechas? ¿Significa eso que tus teorías tienen poco fundamento? Salvador Freixedo. - Yo, si no esta Magdalena (Se refiere a Magdalena del Amo, su esposa), me pierdo un poco. No me acuerdo de los nombres y fechas y siempre le pregunto como se llamaba el contactado tal o el investigador cual, y ella me lo recuerda, pero lo que yo he visto con estos ojos, y he experimentado durante todos estos años, esta ahí, y no puede cambiarlo nadie, aunque no me acuerde de una fecha de un caso. MC. - Ahora, en esta época de tu vida, sé que estas prestando mucha atención a los círculos de las cosechas ¿es el misterio de moda? SF. - Si, ahora están de moda. Se dice que es un fenómeno nuevo. Mentira. Es como los OVNIS, que dicen que empezaron en el 47. Falso. Han existido siempre, y con los círculos pasa igual. Ahora están apareciendo círculos en los sembrados, pero también en la nieve, en la arena, en las playas, etc. Explotó hace unos años, en Inglaterra, pero ya hace siglos que aparecían los círculos de las hadas, o círculos que se achacaban a los aquelarres. Siempre han existido. Ahora están en Alemania, en Suecia, hasta en Puerto Rico los he visto yo, aunque no tan complejos como los de Inglaterra. MC. - ¿No te consideras un poco pesimista, al trasmitir con tu obra una poco esperanzadora visión sobre el libre albedrío del hombre? ¿Nos consideras tan manipulados por los dioses de los que hablas? SF. - La humanidad, como rebaño, va a donde la lleven. En la horrenda historia humana sólo hay guerras, guerras y más guerras, causadas por lo dioses. Guerras estúpidas por culpa de las religiones, las fronteras, los idiomas, las razas. Ahora bien, cada individuo puede hacerse castillo, y mandar a hacer cósmicas puñetas a los dioses. MC. - ¿Y tú como lo haces? SF. - Pues yo, a mis ochenta años, que cumplo el 23 de abril, intento llevar una vida tranquila. Portarme decentemente con mis semejantes. Leyendo e informándome todo lo que puedo, y sin hacer el mal a nadie. Y sobre todo no me dejo "comer el coco" por nadie, ni de aquí ni del más allá. Yo siempre le digo a los contactados, que no entreguen su mente ni a Dios. Si se le aparece un ser y le dice que es Dios, que lo mande a hacer puñetas. MC. - A pesar de que vivimos en la era de la informática, de Internet, a pesar de que tenemos miles de satélites en el espacio, e incluso alguna nave acercándose a los límites del sistema solar ¿tu continúas opinando que quedan muchos misterios para la ciencia? SF. - Muchos. Apenas sabemos nada. Mira, uno de mis pasatiempos favoritos, y muy íntimo, en verano porque en invierno no puede ser, es tumbarme en la hierba por la noche, y mirar al cielo. Cuando los perros me dejan, porque enseguida, al verme así, vienen a lamerme y tengo que apartarlos. Pues me echo mirando al cielo, y me imagino que esa bóveda celeste, inmensa, es artificial y que alguien la ha hecho, como esas enormes pistas de hielo cubiertas que he visto en EE.UU.. Y si ya me maravillo con algunas obras arquitectónicas de la tierra, pues imagina como me siento viendo eso. Y entonces viendo esos miles de estrellas y constelaciones, empiezo a dudar de que todo esto sea real. A veces pienso que vivimos en una especie de holograma proyectado por alguien, y que nosotros mismos somos un holograma. El cosmos en un misterio lleno de misterios. MC. - Ahora que vivimos los conflictos entre católicos y protestantes en Irlanda, el conflicto entre palestinos y judíos en Israel, la crisis entre cristianos y musulmanes tras el 11-S. ¿Las religiones siguen siendo la principal causa de muerte en el mundo? SF. - Las religiones han sido la mejor estrategia de los dioses para dividirnos. Pero yo creo que allá arriba pasa como aquí abajo. Unos quieren que nos peleemos y otros quieren que nos amemos, porque yo creo que los mismos dioses están enfrentados entre ellos. Y dice un proverbio que cuando dos elefantes se pelean, mueren muchas hormigas. Yo recibo todos los libros de OVNIS que se publican en EE.UU., y ahora los más interesantes son los que hablan de la "guerra en los cielos". Muchos ufólogos americanos hablan de casos en que se han visto enfrentamientos de OVNIS, como si allá arriba hubiese una guerra, igual que las que nosotros tenemos aquí por culpa de esos mismos dioses que se inventaron las religiones. MC. - Hablando de Dios y los dioses. ¿Cómo fue la evolución de tu forma de entender los milagros, desde el Freixedo sacerdote al Freixedo investigador de lo paranormal? SF. - Milagro es como la iglesia llama a los fenómenos paranormales. Ellos creen que es el dedo de Dios el que está detrás de las leyes naturales, rompiéndolas con el milagro, porque es el que las hizo. Pero a eso la parapsicología les llama hechos paranormales, y no hay que acudir a Dios. Aunque algunas veces hay que acudir a los dioses, porque hacen cosas que ya están más allá de la mente humana. Para mi los milagros han sido siempre un tema interesantísimo, porque son una ventana a algo que está detrás. Sobretodo cuando ves que no solo hay milagros en el cristianismo, como yo creía antes, sino que están en todas las religiones. MC. - ¿Pero hay milagros exclusivos de una religión, o son todos universales? SF. - Están en todos lados, lo que pasa es que la gente no sabe. Los cristianos tenemos los estigmas, por ejemplo, pero yo cuando leí que había místicos musulmanes, que tenían los estigmas de Mahoma, ya empecé a sospechar. Tu acuérdate por ejemplo de aquella celebre batalla que a los cristianos se les aparecía Santiago en su caballo blanco, y leña contra los moros, y al mismo tiempo se les aparece Mahoma a los musulmanes, y leña contra los cristianos, y así, todos a matarse. Para eso les valió el milagro a aquellos pobres demonios manipulados por sus dioses. MC. - En una de las cosas en que coinciden todas las religiones es en que esta vida no es el fin, y tras la muerte existe algo más. ¿Tú crees en el más allá? Y si es así ¿Cómo te lo imaginas? SF. - Este es mi tema clave ahora, aunque de esto no puedo hablar delante de mi mujer porque se preocupa. Tengo ya 80 años, sé que ya estoy cerca de cambiar de piso, y a estas alturas ya en cualquier momento te vas para el otro lado. Y todavía hay gente que está atontada con Gran Hermano, y con el fútbol. A mi eso ya no me interesa, estoy interesado en lo que hay después. Porque creo que hay mucha gente que muere, y está tan desubicada que no sabe donde está. Y otros tienen que volver, tienen que reencarnar por imbéciles, porque han desperdiciado la vida con tonterías. Ahora colecciono libros sobre el más allá, y hay algunos interesantísimos. Creo firmemente en un más allá, aunque creo que no es igual para todos. Porque sino nada de esto tendría sentido. Pero no se como es, ni yo ni nadie, y el que diga que lo sabe esta diciendo tonterías. No tenemos ni idea. Creo que para ese tránsito hay que prepararse. Hay que tener la mente enfocada a eso para que cuando llegue el momento sepas donde estás y no te quedes atrás. MC. - Hablando del más allá, ¿Por qué no existen ahora grandes médium de efectos físicos como existían a principios del siglo pasado? ¿Por qué no hay una Eusapia Paladino, un Daniel Douglas Homme, una Florence Cook? SF. - Sí los hay. Yo he visto en Brasil cosas increíbles. He visto aparecer fantasmas, a médiums hacer operaciones psíquicas espectaculares. Sí hay médiums, no tantos como antes, pero los hay. Como Pachita, por ejemplo. Cuando yo llegaba a su casa me saludaba, que tal padrecito, y se ponía una especie de casulla y unas estolas, y empezaba a pasar gente. Ella decía, ya esta aquí el hermanito. El hermanito era Cuautemoc, el último emperador azteca, y era el que ella decía que le poseía. Decía, ya esta aquí, y entonces cerraba los ojos y empezaba a dar cuchilladas arriba y abajo, y operaba siempre con los ojos cerrados. Era una cosa increíble. Yo mismo he metido el cuchillo en un enfermo con ella. Yo he operado. Como no voy a decir que hay grandes médiums aún. MC. - Pero también hay un lado oscuro en estos temas ¿no? SF. - Claro. He visto aparecer un fantasma, con un senador, no me acuerdo del nombre, que cada vez que aparecía lo hacía con un estruendo terrible. Veía que aquel hombre casi se moría del miedo. Y he visto suicidios, o contactados que han acabado locos. No, no le recomiendo a nadie que se meta en estos asuntos si no está muy equilibrado y tiene la cabeza muy bien amueblada. MC. - ¿Y las apariciones marianas? SF. - Otro juego de los dioses. Mira me acuerdo un día que estaba con la inefable Pitita Ridruejo en el Escorial, con Amparo, la vidente. Y resulta que llevaron a dos budistas, de estos con el manto naranja, para que vieran el milagro de la virgen. Estábamos allí cuando apareció la Virgen con el perfume a rosas y todo eso. Y cuando acabó todo se fueron hacia aquellos dos monjes budistas, pensando que los habían convertido ya al ver todos el milagro de la aparición y ellos muy tranquilos dijeron, no, son Devas manifestándose. Porque en su religión tienen a los Devas y los Ashuras, como nosotros tenemos a los ángeles, los musulmanes a los Jinas y todo eso. Todo es lo mismo. Yo nací en una familia religiosa. Mi hermano era jesuita, mi hermana era monja, un hermano de mi padre fue cura, mi padre casi llego a ordenarse, mi madre tenía dos hermanas monjas, y ella era más monja que sus hermanas, mi primo Darío era jesuita. Con una familia así, nací ya destinado. A los 16 años entré en los jesuitas, y en los dos años de noviciado me dieron ese lavado mental bárbaro que te dan. Aún hay días que sueño con sotanas, todavía. Treinta días de ejercicios espirituales, sin hablar con nadie, rezando y rezando. Una cosa tremenda. Y en 1947, cuando llegue al puerto de Nueva York dije, esto es otro mundo. Y después en La Habana, cuando empecé a trabajar con la gente, empecé a pensar por mi mismo, y a deducir que las cosas no eran como me habían enseñado en el seminario. Pero yo se lo debo todo a los OVNIS, porque gracias a ellos empecé a usar mi mente y a ser libre para escoger lo que quería creer, cosa que no había podido hacer antes. Y el día que llegué a la conclusión de que el fenómeno OVNI era real, ese día se me cayó el mundo encima y empecé a replanteármelo todo. ¿Estos seres creen en Jesucristo? ¿Están o no redimidos? ¿Tienen un infierno? Y con esas preguntas internas fui evolucionando. MC. - ¿Realmente es posible la autocrítica espiritual? SF. - Mi primer libro fue 40 casos de injusticia social , pero en ese libro yo aun defendía la doctrina social de la Iglesia de León XIII, y con ese libro me echó Batista de Cuba, y me mandaron para Puerto Rico. Ahí es donde escribí Mi Iglesia Duerme, y ahí es donde se armó el escándalo y me dijeron mejor que te marches, porque esto ya no esta bien. Y me fui. Entonces escribí El cristianismo un mito más, que fue como reafirmarme en mi crítica a la Iglesia, y después ya empecé a escribir sobre OVNIS y parapsicología. Hasta hoy. MC. - ¿Tu crees que igual que el cristianismo no hace justicia, me refiero a justicia social, a Jesús de Nazaret, no puede ocurrir lo mismo con los otros fundadores de religiones? SF. - Igual. Mira, cuando se murió Mahoma se dividieron en chiítas y sunitas, que no se pueden ver. Se murió Buda y se partieron en la doctrina mahayana e hinayan. Se murió el fundador, y en todas las religiones empiezan las peleas por el poder, y se pierde el mensaje de su creador. MC. - ¿Cómo haces para tener las ideas tan claras y tanta lucidez, leyendo tantos libros al día, dando conferencias, participando en congresos, programas de radio y televisión? ¿No sufres ningún tipo de desgaste mental? SF. - Yo, para ejercitar la memoria que a mi edad ya empieza a fallar un poco, me aprendo de memoria poesías. O voy traduciendo al inglés mentalmente, cuando alguien está hablando. Porque la mente hay que ejercitarla como el cuerpo. Y no pienso entregársela a los dioses, sin plantarles batalla? Algunos libros de Salvador Freixedo - La religión: Entre la parapsicología y los ovnis. Orion, 1978. - Extraterrestres y religión. Daimon, 1980. - Parapsicología y religión. Daimon, 1980. - Visionarios, místicos y contactados extraterrestres. Daimon, 1981. - Porqué agoniza el cristianismo. Quintá, 1984. - Defendámonos de los dioses. Algar, 1984. - Israel pueblo contacto. Quintá, 1985. - Las apariciones de El Escorial. Quintá, 1985. - El cristianismo, un mito más. Quintá, 1986. - Los curanderos. Universidad y cultura, 1987. - La granja humana. Plaza y Janés, 1988. - La amenaza extraterrestre. Bitácora, 1989. - Videntes, visionarios y vividores. Bell Book, 1998. - Un gallego llamado Cristóbal Colon. Casa del Capitán, 2002. |
Conclusión del Libro ¨El Cristianismo un Mito Más¨
Lector: Si has tenido la paciencia y el valor de seguirme hasta aquí, te ruego que hagas un último esfuerzo, porque en estas páginas finales pretendo sacar las conclusiones de todo lo que llevamos dicho y pretendo hondar un poco más en las raíces de mí fe y de mi vida. Según la teología católica, a pesar de mis rebeldías y pesar de mi falta de fe en muchas de las cosas que esa misma teología tiene por fundamentales, soy sacerdote porque he recibido debidamente el sacramento del orden. Tengo plena conciencia de lo que voy a escribir y lo hago sabiendo que con ello puedo influir hondamente en tu manera de pensar. Por eso, si te sientes tranquilo con tus ideas religiosas y no tienes mayores inquietudes por profundizar en tu fe, mi consejo es que suspendas la lectura.
Bastante has hecho con llegar hasta aquí y ojalá que lo que hasta ahora has leído no llegue a perturbar tu paz. Pero si no le tienes miedo a las ideas harás muy bien en acompañarme en esta fascinante aventura hacia el más allá, en que la mente, con audacia y con esperanza, se asoma por encima de los bordes de esta vida diaria, que en los instantes históricos que nos ha tocado vivir, se ha hecho rutinariamente trepidante y neurótica. La mente del que piensa —en vez de intoxicarse diariamente con una abundante ración de televisión o de neurastenia política— se proyecta siempre más allá. Tengo cuando, esto escribo, 63 años de edad; hace 33 años que fui ordenado sacerdote, y he cruzado el Atlántico 69 veces. Tanto camino recorrido, me da derecho para enjuiciar con algún peso esta cosa misteriosa que llamamos vida, y este fenómeno psico-social que se llama religión.
Mirando hoy retrospectivamente mi vida, me asombro de cómo pude haber estado tantos años—30 exactamente— en el seno de una Orden religiosa, admitiendo creencias que hoy me parecen totalmente increíbles, y practicando cosas que hoy me parecen absurdas. Y me pregunto ¿cómo es posible que estuviese tanto tiempo ciego?; ¿cómo es posible que mi mente estuviese tan drogada y que tragase tanto sin masticar? La contestación, de la que ya he hablado en otros lugares, está esbozada en las mismas preguntas: estaba endrogado y tragaba sin masticar. La educación primera que uno recibe (ideas, gustos, lenguaje, costumbres), buena o mala, se convierte en una droga que nos acompaña por toda la vida. Nos hacemos «adictos» a la tradición.
A los esquimales les gusta la carne cruda de foca, los uruatis amazónicos devoran unos enormes y repugnantes gusanos negros y ciertos pueblos orientales se regodean con una salsa de pescado podrido. Se lo dieron a comer cuando aún no tenían uso de razón y veían cómo sus padres se relamían de gusto. Y se hicieron adictos. Por eso lector, si tienes hijos pequeños, no cometas el error, por seguir la tradición y por no buscarte problemas, de dejar que te los intoxique la sociedad con ciertos «usos» mentales o materiales, que ya están en franca decadencia y que luego les va a costar mucho trabajo liberarse de ellos. A mí me ha costado casi veinte años el sacudirme de la mente ciertos miedos y complejos que me tenían aprisionado.
Lejos de mí el maldecir a los que me infiltraron en el alma tales creencias o costumbres. Ellos eran, a su vez, víctimas de lo mismo. Pero se fueron al otro mundo en épocas en que todavía se podía convivir con ellas, y por eso no sintieron el dolor mordiente de la duda, ni tuvieron que tomar drásticas resoluciones en sus vidas. En el más allá, en el que creo firmemente, verían nada más llegar, que todas sus ideas de aquello eran puras niñerías. Nosotros en ese particular, hemos evolucionado, y por eso comenzamos por afirmar que del más allá, apenas si sabemos que existe.
Ellos creían a pies juntillas lo que la Iglesia ha dicho siempre; y la Iglesia ha dicho y sigue diciendo muchas tonterías con relación al más allá. Y vuelvo a mi pregunta anterior: ¿cómo es posible que haya podido estar tantos años creyendo cosas que hoy considero totalmente increíbles? Fue posible porque la religión no se piensa, la religión se siente. Eso dicen los fanáticos. Y desgraciadamente es verdad. Y por eso hay tantos fanáticos. En la historia de las religiones nos encontramos con mucha frecuencia con que los que pensaban con su cabeza eran sacados del medio violentamente. Pensar con la propia cabeza es un deporte peligroso en el seno de las religiones.
Por eso nos decían en el catecismo que «doctores tiene la Santa Iglesia que lo sabrán responder». A lo largo de este libro hemos visto, en varias ocasiones, a hombres que iban a la hoguera invocando a Jesucristo, y los que encendían la hoguera eran precisamente los representantes oficiales de Jesucristo. Pero sus ideas religiosas eran algo diferentes y el choque de ambos fanatismos convertía en cenizas a uno de los discrepantes. ¡Qué funesto ha resultado a lo largo de los siglos el lema de los doctrinarios de todas las religiones!: «¡Cree! ¡No pienses!». A base de no pensar, hemos llegado a creer monstruosidades. Y lo malo es que muchos hombres y mujeres, a fuerza de no pensar, las siguen creyendo y se las siguen queriendo imponer a sus hijos.
¿Cómo es posible que yo haya estado tantos años comulgando con ruedas de molino? Otra de las causas que contribuyó a ello, fue lo que yo llamo «el miedo sacro». La Iglesia y sus doctrinarios, con el inconsciente deseo de manipular y subyugar las conciencias, nos han llenado el alma de miedos. Y el miedo, no sólo no nos deja pensar, sino que nos impide rebelarnos cuando, por una razón u otra, descubrimos el error de nuestras creencias. El «más allá» del cristianismo —y los protestantes en esto son aún peor que los católicos— es aterrador. El infierno cristiano, que es sólo fruto de mentes enfermizas, pende como una espada amenazadora encima de nuestras cabezas y nos impide tomar decisiones trascendentales.
Si el miedo, según algunos, es lo que llevó al hombre a la religión, el miedo es lo que le impide zafarse de las garras de la religión. Creemos por miedo, y no dejamos de creer también por miedo. El miedo instintivo es una defensa natural en el niño, que lo libra de muchos peligros. Pero el miedo instintivo en un adulto es una vergüenza. Es una señal de que no ha evolucionado. Mi rebelión contra muchas de las creencias del cristianismo no fue repentina. Sucedió en mí lentamente lo que yo pretendo hacer de una manera rápida con este libro. En él le presento al lector una vista panorámica de la dogmática del cristianismo, y otra de su historia, y trato de hacer que contraste ambas visiones.
De un lado lo que la Iglesia dice y predica, y de otro lo que han sido en la realidad todas estas teorías; y de una manera particular me he fijado en cómo las han llevado a la práctica los que se supone que deberían haber sido ejemplo para todos los cristianos. Además he contrastado las creencias cristianas con las de otras religiones más antiguas para que el lector sacase sus consecuencias. Yo no tuve tanta suerte. A mí no me dieron visiones totales de la historia de la Iglesia, sino que únicamente me presentaban, ya prejuiciados, los aspectos positivos de ella; y cuando necesariamente aparecía alguno negativo, ya venía con la solución y la explicación aparejada. Es cierto que cuando estudié la dogmática cristiana, debí haber tenido un espíritu más crítico y haber descubierto mucho antes toda la vaciedad de tantas doctrinas sin sentido. Pero, como ya he dicho, mi sentimiento estaba endrogado: era mi Iglesia y era la religión de mis padres; yo no tenía derecho a cuestionarla y por eso ni se me ocurría hacerlo. Mi mente la aplicaba, no a analizar el alimento que le daban a mi espíritu, sino a prepararme para transmitirlo yo a otros de la mejor manera posible. Por eso estuve tanto tiempo comulgando con ruedas de molino.
Mi rebelión sucedió paulatinamente, porque yo comencé a enjuiciar no la historia total de la Iglesia, sino el pequeño entorno eclesiástico en que me movía, y a contrastarlo con lo que se me había enseñado, en cuanto al amor del prójimo, a la práctica real del desprendimiento de las cosas de este mundo, a la humildad, la castidad, la justicia, la pobreza, etc. Y vi que la teoría de los jerarcas andaba por un lado, pero las obras andaban por otro. Y finalmente me pasó lo que le va a pasar a la torre de Pisa: que lleva varios siglos
cayéndose, hasta que en un mes se va a inclinar tanto como en cien años y en un sólo segundo se va a ir a tierra.
Las ideas fueron acelerándose dentro de mí, hasta que en un momento sentí que algo que hacía tiempo crujía en mi alma, se derrumbaba estrepitosamente. Sin tener visiones —Dios me libre de ellas—, ni oír voces, ni sentir ninguna iluminación interna, mi mente comenzó a ver claro, hasta que lo vi todo con una claridad meridiana. La falsedad de las religiones paganas me ayudó a ver claramente la falsedad de la mía. Lo absurdo de sus creencias se identificó con la absurdez de las mías. Y por otro lado, los valores profundos e innegables que también encierra el cristianismo, me ayudaron a comprender todo lo que hay de santo y de respetable en las creencias paganas de otros pueblos.
Algún buen teólogo ha dicho que el cristianismo no es un humanismo. Esa es la desgracia del cristianismo: que se ha deshumanizado. Ojalá el cristianismo se hubiera olvidado un poco de sus teorías dogmáticas y no hubiese perdido el tiempo discutiendo sobre los futuros contingentes y otros alambicamientos por el estilo; ojalá que hubiese comprendido el sentido de la frase repetida por Jesús: «Misericordia quiero y no sacrificios», que podría traducirse: «menos teorías y más obras», «menos definiciones dogmáticas y más amor al prójimo», «menos hogueras y más tolerancia», «menos maridaje con los grandes de este mundo y más preocupación por los problemas del pueblo».
Perdóname lector si he entrado en este capítulo final con un tono demasiado autobiográfico. Pero siento el irrefrenable impulso de comunicarte mi paz interna, y las muchas cosas que he tenido ocasión de descubrir, después que la intolerancia eclesiástica me dejó en la calle, libre de compromisos y con todo el tiempo disponible para poderle buscar una base racional a mis creencias. Yo sé que mientras se es joven y sobre todo cuando se tiene buena salud, el problema del más allá es algo que suena como una tormenta lejana cuando se está a buen cobijo. Y más en estos tiempos, cuando el desprestigio de la religión ha alcanzado entre los jóvenes sus niveles más altos. Pero de otra parte, también es cierto que a medida que pasan los años, sobre todo en aquellas personas que fueron contagiadas con el virus religioso en su infancia, la preocupación hacia el más allá aumenta, llegando a convertirse en una fuente de pesadumbre en las vidas de
muchos.
A esta gente es a la que quisiera dirigirme especialmente. Los que no tengan preocupación alguna acerca del más allá, o hayan encontrado algún tinglado mental para explicarse el misterio de la vida,¡adelante!, porque su explicación no es menos válida que las retorcidas, insensatas y plúmbeas explicaciones que dan los teólogos de todas las religiones. La única gran verdad es que de lo que pasa tras esta vida nadie sabe nada. Y los que dogmatizan sobre ello, sea hablando del cielo, del infierno, de la nada o de la reencarnación, no hacen más que fabular, o repetir como loros lo que les dijo su gurú, que a su vez repetía lo que le dijo el suyo. Pero los que temen, en virtud del veneno dogmático que de niños les inyectaron, deberían reflexionar un poco, teniendo en cuenta todo lo que han leído en los pasados capítulos.
Lo primero que tendrán que hacer será liberar su mente de toda atadura dogmática y rechazar positivamente las ideas que acerca del más allá les ha insuflado el cristianismo. Y tan importante como esto es limpiar su idea de Dios, que el cristianismo se ha dedicado envenenar durante siglos inventándole toda suerte de calumnias. Mientras creamos en un Dios con ira, no podremos tener una idea optimista de esta vida, y menos aún de la otra. Eso que la mayoría de los hombres llama Dios y que empequeñece de mil maneras personalizándolo y «cosificándolo», tiene que ser infinitamente mejor de como nos dice la Iglesia. Ésta se ha arrogado el derecho de ser su única conocedora y representante, y es hora de que le discutamos ese derecho, del que tanto ha abusado a lo largo del tiempo A la luz de todo lo que hemos presentado e este libro.
¿Con qué fuerza la Iglesia o la teología cristiana se atreven a hablar de nada, cuando sus obras les están negando capacidad moral para hacerlo? «Por sus frutos los conoceréis» y por sus frutos las hemos conocido. Es cierto que también tienen frutos buenos, al igual que un enfermo tiene muchas partes de su cuerpo sanas. Pero a la Iglesia, según la idea que ella nos da de sí misma, tenemos derecho a exigirle mucho más. Tenemos derecho a exigírselo todo, en cuanto a santidad y perfección, lo mismo que ella exigía total obediencia a sus enseñanzas y mandatos, basada en que eran mandatos y enseñanzas de Dios. ¿De quién son entonces los enormes defectos que vemos en la Iglesia? ¿Serán también de Dios? Lógicamente a Él tendríamos que achacárselos, y ésta es una de las mala consecuencias de manipular tanto el nombre de Dios. No se puede usar, para imponer unas cosas, y esconderlo para no hacerlo responsable de otras.
A quien no conozca la historia de la Iglesia, podrá parecerle que exageramos cuando hablamos de los malos frutos que ella ha producido en sus dos mil años de historia. Pero, tú lector, si después de las breves muestras que has leído todavía sigues pensando en la santidad y venerabilidad de la Iglesia como institución, y del cristianismo como cuerpo de doctrina, mereces seguir aprisionado en sus tentáculos, y lo primero que tendrás que hacer será aprender a indignarte. Yo no me indigno contra las personas, cuando éstas, obrando de buena fe, mantienen principios en los que no creo; ni contra los que defendiendo posiciones ideológicas que aborrezco, son al igual que lo fui yo, víctimas de errores tradicionales. Pero sí me indigno contra la institución y le hago frente, cuando veo que quiere seguir perpetuando un error del que la mayoría de sus ministros aún no han caído en la cuenta.
Me indigno cuando veo que quiere conservar sus viejos e injustos privilegios. Me indigno cuando la veo manipulando las conciencias de los débiles, tal como ha hecho por siglos, con el apoyo de los poderes públicos. Acuérdese el lector cuando, en páginas anteriores, la veíamos pedir ayuda al «brazo secular» para que le quemase a sus «herejes». Me indigno cuando la veo exigir «tiempos iguales» en los medios de comunicación del Estado, cuando ella no concedía ni un minuto a los que discrepaban, y hasta le decía al Estado a quiénes no debería permitir hablar. Y me indigno cuando la veo exigir cínicamente «libertad de enseñanza», como si la libertad de que ella goza ahora para intoxicar las mentes de los niños, no fuese muy superior a la que ella otorgó cuando tenía poder e influencia.
Aunque parezca lo contrario, no tengo ningún resentimiento. Lo que tengo es una vieja sed de justicia que corre por las venas de miles de cristianos y excristianos a los que nunca se les ha permitido protestar de los abusos a que sus mentes y conciencias fueron cometidas. Lo que tengo es una enorme gana de gritar, en nombre de los cientos de miles de presos, de torturados y de muertos, víctimas de la intolerancia de los feroces discípulos de aquel pobre hombre que murió en la cruz. ¡Qué tortura más grande tiene que haber sido para muchos fervientes cristianos que se pudrieron en cárceles o que se abrasaron en las llamas, el no poder entender por qué los representantes de Cristo, a quien ellos amaban, se portaban de aquella manera con ellos! Seguramente, remedando a su jefe, muchos de ellos habrán repetido machaconamente en la soledad de su mazmorra o camino del cadalso: «¡Cristo! ¿Por qué me has desamparado?».
Yo recurro otra vez a mi condición de sacerdote y con todo el ímpetu de mi alma me rebelo contra los falsos pastores que a lo largo de la historia veo «apacentándose a sí mismos» y regodeándose en sus necias pompas. M rebelo contra sus injusticias, contra sus abusos de los débiles, contra su cinismo, contra su soberbia. Y me rebelo también contra su hueca e infantil teología que no sirve para nada, como no sea para entontecer la mente o para hacer fanáticos. La auténtica teología es la que se basa en el hombre, y está hecha por el hombre y dirigida al hombre, considerado éste como criatura racional de Dios. Los teólogos, de tanto disparatar acerca de Dios, se han olvidado del hombre y lo han convertido en un guiñapo. Como su Dios es un Dios humanizado, han cometido la felonía de empequeñecer al hombre, para que su Dios luciese más grande y más fuerte. Pero el destripador de amorreos, del Pentateuco, no tiene compostura, por mucho que le echen cualidades y por mucho que acomplejen al hombre llamándole pecador por naturaleza y haciéndolo entrar en el mundo ya con un pecado a cuestas.
Contra esta estúpida y mítica teología es contra lo que me rebelo y me dan una inmensa pena los ingenuos que siguen predicándola de buena fe. Los comprendo, porque yo estuve en el mismo error y tuve la misma buena fe muchos años. Pero creo que hoy es mi obligación decir estas cosas para ayudar a muchos a salir de su letargo. Sé de sobra que algunas personas amigas, leerán con terror estas líneas temiendo por mi eterna condenación. Las pobres no saben que es imposible condenarse cuando no hay infierno. Y me dan también pena las que con frecuencia me dicen: «¿Cómo es posible que siendo Ud. sacerdote diga semejantes cosas?». Pues las digo, y con una tranquilidad de conciencia y una alegría de espíritu muy superior a cuando tenía que hablar de las «verdades eternas» en los Ejercicios Espirituales de mi ex-Santo Padre Ignacio de Loyola.
Hoy puedo decir con toda tranquilidad que, gracias a Dios, he perdido mi fe. Mi fe en las mogigaterías que me enseñaron acerca de Él, los pobrecitos que se limitaban a repetir las mogigaterías que a ellos les habían enseñado. Pero tengo fe en el Universo, en la naturaleza, en el amor, en la vida, y en los hombres y mujeres buenos. Y tengo también fe en mí mismo, a pesar de todos los complejos que los doctrinarios cristianos me han echado arriba, de que soy pecador; de que no puedo vivir en gracia sin una ayuda especial de Dios; de que tengo que hacer o creer esto o lo otro, porque si no, me condeno; de que la muerte es la consecuencia del pecado y de que este mundo es un valle de lágrimas. Pues bien, a pesar de todas estas pamplinas teológicas, sigo creyendo en mí y sigo pensando que «tengo derecho a estar donde estoy» sin que nadie haya de venir a regalarme salvaciones ni redenciones. Nunca me he vendido a nadie y por eso no necesito que nadie me redima.
¿Qué haremos, pues, con el mito cristiano? Dejarlo tranquilo, porque él se está muriendo solito. Se está muriendo a gran velocidad en las almas de los jóvenes, aunque todavía coletea en las de los adultos, porque ya no pueden vencer la vieja adicción que arrastran desde la infancia. Pero a lo que hay que estar muy atento es a que no vuelva a rebrotar. El mismo fanatismo que en nombre de Dios cortó cabezas y encendió hogueras, es capaz todavía en nuestros tiempos, por difícil que parezca, de volver a imponer censuras y obligar de nuevo a aprender el catecismo y a ir a misa. Los fanáticos creen que Dios está siempre de su parte y por eso nunca dudan y se atreven a cualquier disparate, incluso a quitar la vida. Porque Dios es dueño de la vida y ellos trabajan para Dios.
Esa ha sido, en el fondo, la filosofía de todos los muchos atropellos contra los derechos de la gente, que la Santa Madre Iglesia ha cometido a lo largo de los siglos. Dios dueño de todo; ella representante de Dios; luego ella dueña de todo. Esta filosofía güelfa fue llevada hasta sus últimas consecuencias políticas por algunos papas. Pero hoy ya le pasó su tiempo, a no ser que seamos tan ingenuos que nos dejemos imponer de nuevo la santidad por obligación. Nos da pena el ver la lambisconería fingida con que muchos periodistas tratan a los dignatarios eclesiásticos y la lambisconería sincera con que lo hacen muchos hombres públicos. Tanto a unos como a otros les parece que les va a ir mal si no actúan así. Les parece que pierden puntos o ante sus jefes o ante los votantes. El mito sigue teniendo fuerza.
Pero ya va siendo hora de decir claramente que a España su nacional-catolicismo le ha hecho más mal que bien. En los manuales patrioteros que estudiábamos en las escuelas en mi niñez —y ojalá no siga sucediendo lo mismo — España era el baluarte del catolicismo y el catolicismo era el alma de España. Un mito más con el que nos emponzoñaron el alma por un buen tiempo. Sin embargo, la descarnada verdad es que, por culpa del catolicismo, España perdió en buena parte el tren del progreso. Nuestro integrismo nos hizo tomar la religión con demasiado ahínco, y en ella gastamos lo mejor de nuestras energías.
Si nuestro catolicismo no hubiese sido tan cerril, no nos hubiésemos enzarzado en aquella salvajada digna de la Edad Media que se llamó Alzamiento Nacional. De ninguna manera disculpo las quemas de conventos, etc., que le precedieron, pero tampoco se puede disculpar el abandono de todo tipo en que estaban aquellos
fanáticos incendiarios, después de siglos de cristianos gobiernos de «orden y de ley». Los pueblos europeos que obligadamente han tenido que practicar la convivencia entre diversos credos, aprendieron antes que
nosotros, aunque también a fuerza de mucha sangre en siglos pasados, las ventajas de la tolerancia.
Nuestro «catolicismo monolítico» nos perjudicó porque nos hizo intolerantes; y así, con este grave defecto, entramos en el siglo XX. Para colmo de males, los cuarenta años franco-católicos, con su castración mental, nos dejaron a la retaguardia de las naciones evolucionadas. Hoy, triste es decirlo, en las bibliografías de los libros de avanzada, apenas si se puede ver algún apellido español. Pero lo curioso es que ni en teología descollamos. Nuestra fidelidad a la doctrina, nos ha hecho anclarnos en el Concilio de Trento y en el Syllabus. El «que inventen ellos», los teólogos lo han traducido: «que sean ellos los que modernicen la fe: ¡nosotros firmes!».
Si las jerarquías eclesiásticas se hubiesen preocupado más de enseñar a leer a los pobres y de ayudarles a buscarse su sustento y les hubiesen dicho a los ricos y a los políticos cuáles eran sus graves obligaciones con su dinero y su poder, y por otra parte se hubiesen preocupado menos de colaborar con el «Movimiento», la Iglesia hubiese cumplid mejor lo que Cristo le dejó dicho en el evangelio. En los últimos cuarenta años los españoles han estado hambrientos de justicia, y la jerarquía lo único que les dio fue catecismo. Y a los que me digan que aquella no era misión de la Iglesia, les diré que tampoco era su misión el hacer guerras, ni quemar mujeres, ni construir palacios y sin embargo ha hecho las tres cosas en abundancia. Pero por otro lado les recordaré las palabras de su jefe: «Venid a mí...porque tuve hambre y me disteis de comer y tuve sed y me disteis de beber» (Mt. 25,35).
¡Cómo le pesan ya a la Iglesia sobre las espaldas, sus dos mil años de edad! ¡Cuánta ceguera, cuánta decrepitud, cuánta falta de elasticidad! ¡Y cuánto fariseísmo! Todo esto que estoy diciendo de la Iglesia católica, se le puede aplicar de la misma manera al cristianismo en general. Sus odios internos y sus divisiones milenarias dan al traste con toda su credibilidad. ¿Quién puede creer en una religión que predicando el amor no es capaz de hacer que sus propios creyentes se amen? Y ¿quién puede creer en una religión que predicando la paz tiene su historia entretejida de guerras? Y ¿quién puede creer en una religión que predicando el respeto a la persona humana, ha obligado a creer, y ha destruido docenas de culturas? Y ¿quién puede creer en una religión que después de decir «no matarás» tiene sus entrañas llenas de cadáveres? Al mito cristiano se le ven las orejas.
Sus innegables paralelos con muchos otros mitos nos hicieron sospechar que los arquetipos seguidos por el cristianismo, eran los mismos que los seguidos por otras religiones. Pero cuando nos asomamos a su historia y nos encontramos con las mismas contradicciones, con los mismos errores y con las mismas barbaridades que vemos en las historias de los «reinos de este mundo», nos convencemos de que estamos ante algo totalmente humano, aunque sus seguidores y sus fundadores hayan pensado que es completamente divino. «Digitus Dei non est hic»: Aquí no hay nada de divino. Aquí hay muchos dedos, y muchas manos y muchas mentes humanas construyendo a lo largo de los siglos esta mastodóntica institución llamada Iglesia cristiana, que en este momento amenaza ruina por todas partes.
¿Merece la pena proclamar fidelidad a una institución así? Por otro lado, ¿merece la pena el tomarse el trabajo de abjurar de una fe mítica, basada en las fabulaciones de unos cuantos doctrinarios? Creo que ninguna de las dos cosas merece la pena. Lo que sí merece la pena es vivir racionalmente, pensando que este bello planeta en que habitamos, tan amenazado por banqueros, políticos, militares e industriales irresponsables, es nuestro hogar, susceptible de ser perfeccionado y convertido en un paraíso. Lo que sí merece la pena es vivir con optimismo, en buena armonía con todos y disfrutando de las muchas cosas buenas que pueden estar a nuestro alcance, si en vez de hacernos la guerra, trabajamos por mejorar nuestra vidas. Gozar no es pecado, contrariamente a la subconsciente filosofía trágica de la vida que el cristianismo nos ha infiltrado. Gozar de la vida es una obligación que todo ser racional tiene, o de lo contrario, no tendría razón de ser toda la cantidad de cosas bellas que en ella podemos encontrar.
Que sufran los fanáticos masoquistas que se empeñan en seguir credos absurdos dictados por algún visionario demente o manipulado por sabe Dios quién. Digamos que no, a todos los mitos religiosos, por muy arropados de divinidad que se nos presenten. Digamos que no, específicamente, al mito cristiano que tanto daño nos ha hecho y que tanto nos ha impedido progresar. Abramos nuestra mente al Universo, al bien, a la justicia, al amor y a la belleza. Ésta tiene que ser en el futuro la única religión de los seres humanos realmente racionales.
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