Muchas crónicas modernas hablan sobre el hallazgo de rocas o troncos macizos en cuyo interior se alojaban animales en aparente estado de “animación suspendida”. ¿Puro cuento o fenómenos inexplicables?
Su piel era de color amarillento, su cabeza redondeada y sus ojos brillantes. Al principio parecía muerta, pero después de cinco minutos de exposición al aire aquella pequeña lagartija se escurrió a paso veloz, como si toda su vida hubiera estado esperando el momento del gran escape. Dentro de la roca, que se encontraba a unos 7 metros de profundidad, el animal había dejado una hoquedad de poco más de 3 centímetros con la forma exacta de su cuerpo; como si un día roca y reptil se hubieran fundido juntos para ser separados por un golpe de martillo miles de años más tarde.
Este episodio, protagonizado en 1821 por un obrero que trabajaba en la construcción de carreteras, no sería el primero ni el último de una serie de extravagantes casos documentados sobre el hallazgo de animales con vida en ambientes completamente aislados del exterior.
Desde el siglo XVI hasta el presente, más de 200 otros ejemplos de este raro fenómeno fueron divulgados por publicaciones científicas o periódicos de la época.
El primer caso del que se tenga constancia fue protagonizado por el cirujano de Enrique III de Francia, quien vio con sus propios ojos cómo un sapo de gran tamaño surgía de una piedra recién partida.
“Estaba yo en mi sillón, cerca del pueblo de Meudon”, escribió el cirujano, “observando el cantero que había establecido para romper las piedras más grandes y duras; en el medio de una de ellas encontramos un sapo enorme, lleno de vida y sin ninguna abertura visible por la que el mismo pudiera haberse metido allí... El obrero me dijo que no era la primera vez que se había topado con sapos y otras criaturas similares dentro de grandes bloques de piedra”.
Durante la segunda guerra mundial un soldado británico que se hallaba empleado en una gran excavación halló vivos dentro del mismo nicho -a 6 metros de profundidad- no solo a un gran sapo sino también a una lagartija de unos 20 centímetros de largo.
En 1976, una cuadrilla constructora de Texas que demolía una pared de cemento levantada un año antes encontró una tortuga escondida dentro de un espacio de aire perfectamente adaptado a la silueta del animal. El ejemplar murió días después de haber tomado contacto con la atmósfera.
¿Cómo llegaron allí?
A pesar de la enigmática naturaleza del fenómeno, existen basicamente dos hipótesis aceptables para explicar cómo un ser vivo es capaz de quedar sepultado en medio de habitáculos sellados.
Una de la posibles explicaciones requiere de una piedra altamente porosa, como la caliza, por la que un renacuajo o un huevo pudiera filtrarse para después desarrollarse hasta su etapa adulta.
La segunda explicación dice que los animales pudieron quedar sepultados por una avalancha de lodo, que luego de cientos de años se solidificaría creando un ataúd perfecto. Esta hipótesis explicaría de mejor modo el hecho de que muchos estuvieran encerrados en huecos con la forma exacta de sus cuerpos, al igual que en un molde de piedra. Sin embargo, abre al mismo tiempo dos interrogantes aún más profundos que el primero: ¿cómo sobrevivieron los animales a los cientos o miles de años que los escombros tardaron en transformarse en roca? Y ¿pudieron mediante este fenómeno conservarse especies aún más antiguas que las actuales ranas, sapos y lagartijas?
La última pregunta quedaría perfectamente resuelta si se diera crédito a una publicación inglesa del 9 de febrero de 1858. Para aquella fecha, la revista “The Illustrated London” dio a conocer un espectacular hallazgo realizado por una brigada de obreros en la población francesa de Nancy. Mientras se hallaban excavando un túnel debajo de una vía ferrea, un enorme ave negra parecida a un murciélago salió aleteando y gritando torpemente para caer a los pocos metros. Después de ser examinado por un profesor de historia de Nancy, se determinó que el animal tenía todo el aspecto de un pterodáctilo. La huella que había dejado en la roca tenía la forma exacta del animal prehistórico.
¿Cómo sobreviven?
El hecho de que todos los animales hallados en roca pertenezcan a la clase reptilia podría ser la pieza clave para comenzar a develar el misterio. Algunas especies de anfibios son capaces de entrar en estado de animación suspendida cuando hibernan, reduciendo sus signos vitales hasta quedarse literalmente congelados. Procesos similares podrían ser utilizados por los reptiles para sobrevivir durante años al encierro absoluto.
De hecho, en la década de 1920 el geólogo inglés William Buckland llevó a cabo experimentos según los cuales determinó que un batracio podía sobrevivir mucho tiempo encerrado en caliza, repirando el oxígeno contenido en los poros.
En una prueba en particular, Buckland enterró muchos sapos en su jardín dentro de recipientes de caliza. Al cabo de un año, la gran mayoría se encontraban muertos y podridos, pero un pequeño número logró sobrevivir. Volvió a enterrarlos por un año más, aunque en esta oportunidad ninguno presentaba signos vitales.
Pero a pesar de las escuetas interpretaciones, quedan siempre preguntas inevitables a la hora de tratar el tema de los reptiles “petrificados”: ¿por qué mueren poco tiempo después de entrar en contacto con el aire? ¿Cuántos más de estos animales esperan aún, en un estado suspensión absoluta, ser descubiertos a lo largo y a lo ancho de la corteza terrestre? Y por último, ¿existe la posibilidad de que especies de reptiles extintos, como el gran triceratops, sean halladas nada menos que vivas al partirse la siguiente roca? La respuesta tal vez se halle en el próximo golpe de martillo.
Otros casos documentados
Según un manuscrito de la Biblioteca de Caen, en 1760 unos obreros hallaron dentro de una gran piedra en forma de huevo, una culebra del grueso de un puño que murió al tomar contacto con el exterior.
Una compañía de gas de Devonshire comunicó al biólogo Julian Huxley (1887-1975) el hallazgo de 23 ranas vivas dentro de una pared que debían picar; las ranas se fueron saltando cuando fueron liberadas en el jardín.
En 1719, en el centro de un tronco de olmo, a 1,5 metros de la raíz, fue encontrada una rana viva en un hueco de su misma forma.
En 1876, dos leñadores sudafricanos encontraron 68 pequeños sapos vivos dentro de un tronco de árbol.
En septiembre de 1770, una rana fue hallada dentro de una pared de yeso de 40 años de antigüedad de un castillo europeo que se encontraba en demolición. Artículo original de lagranepoca.com
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